jueves, 9 de octubre de 2008

Entrega 5

 

Más tarde, me encontraba camino a casa. Manejando mi auto, feliz, y encerrado en mi propio mundo. Escuchando música a todo volumen en un descapotable que mi padre me había regalado cuando ingresé a la universidad. Mi auto era tan parte de mí como lo era mi cabeza. Lo cuidaba de forma extrema.

Manejé hasta casa y al llegar guardé el auto en la cochera de mi casa. Una edificación arquitectónica muy bien diseñada. Dos plantas que hacían de mi hogar un lujo. Al dejar el auto entre en casa y me dirigí hacia la cocina. Me moría de hambre después del agitado entrenamiento. Ni bien entré ya me querían sacar de esa habitación y la responsable de ese hecho era la jefa de cocina. Una señora, morena y gruesa, cubana que hace años trabajaba con mi madre y cocinó para mi abuela. Pasó por la niñez de mi madre así que de ahí saquen un cálculo de la edad que tenía esa imponente señora. Me alimentó cuando era niño y vivía en armonía con mis padres. Y quedó acompañando a mi madre en su labor culinaria cuando mis padres se separaron.

Así es, soy hijo de padres separados. Mi familia tuvo algunos años de total felicidad. No siempre fue todo malo. Pero lo que unía a mis padres eran sus éxitos laborales y económicos. Pero cuando eso se volvió monótono las cosas entre ellos empezaron a enfriarse y el distanciamiento comenzó a aparecer.

Mi padre es un exitoso abogado reconocido por la sociedad en donde vivo. Por lo que muchos, incluyendo a mi padre, soñaban con un bufé de abogados llamado “Cassani e Hijos”. Imaginarán, que esos mismos, no entendían como puedo estar cursando la carrera de Publicidad. Mi madre, por su parte, es arquitecta de profesión y ahora trabaja como consultora en un ente gubernamental. Es una mujer independiente y que ha sabido criarme. O al menos confió mi educación en Horacio, un mayordomo que heredó de mi padre cuando se separaron. Un tipo que materializaba la imagen de aquellos clásicos mayordomos ingleses. En fin, como verán, un conjunto de gente que cumplieron la labor que debieron realizar mis padres; y que por su trabajo o su separación no cumplieron cumplir a cabalidad.

Lo que es yo, me gustaba ese tipo de vida, pues siempre me crié independientemente. Me dejaron hacer casi todo lo que me gustaba. El orden y los límites los imponía Horacio.

Un palmazo en la mano me hizo sacarla del plato donde un bollitos de cordero se mostraban tan deliciosos. Me lo había suministrado Teresa, la jefa de cocina, tan implacable como siempre, no le gustaba que nadie probara su comida antes de terminar de preparar. Saqué mi mano inmediatamente y con una sonrisa intenté convencerla:

-         “Ya sabes que no me gusta eso muchacho”, Me dijo enérgicamente pero sin perder la calidez que la caracterizaba.

-         “Vamos Teresita, sólo una y me voy, ¿sí?, agregué mientras estiraba nuevamente la mano hacia el plato.

Pero si antes había recibido un palmazo, ahora, me tocó recibir en la mano un golpe con la cuchara de palo que, Teresa, utilizaba para cocinar en sus grandes ollas. Eso me dolió más. Me acerqué para abrazarla y darle un beso, pero mientras lo hacía con una mano le robé el bollito que tanto me había provocado. De seguro, ella, se dio cuenta, pero siempre me dejaba ganar al final en este tipo de enfrentamientos culinarios.

Salí de la cocina y me fui a mi dormitorio. Encendía la televisión con el control remoto cuando tocaron mi ventana. Mi habitación quedaba en el primer. Diferente al resto de habitaciones de la casa. Lo había pedido así porque era más fácil para mí que me visiten en mi cuarto de esa manera que si hubiesen tenido que escalar las dos plantas de mi casa. En ese momento mis visitantes no eran otras que Myriam y Jenny. Les hice una seña para que ingresen en mi cuarto. Me senté en la silla que tenía en el escritorio de la computadora. Ellas se sentaron al frente sobre mi cama prolijamente tendida. Hay que decir que mi cuarto me lo arreglaban las personas de limpieza y no lo hacía yo. Aunque el vivir en un entorno ordenado había hecho de mí un chico, al menos, no desordenado.

-         “Ahora sí. Cuéntenme cómo les fue con la tarántula”, indagué.

-         “Re-bien”, me dijeron.

-         “Quiero detalles, no los omitan. De los detalles depende muchas veces el éxito de los más grandes proyectos”.

Que puedo decir. Me contaron todo tal como había  sucedido.

Al salir yo del aula de clases y luego de que saliese el resto de alumnos se acercaron donde la profesora. Le preguntaron cómo es que siempre podía salirme con la mía. Ella les respondió que yo pensaba que era así pero que en realidad al final el único que iba a verse en problemas era él.

-         “¿Por qué lo dice profesora?”, siguieron indagando mis chicas.

-         “Muy sencillo. Jhon Cassani está acostumbrado a que todo el mundo lo sirva. Algunos malos profesores le regalan la nota, pero yo no lo haré. Tendrá que remar muy duro para pasar muy curso. Jhon Cassani se ha topado con un muro conmigo”, indicó decidida y enérgicamente.

-         “¡Qué bueno profesora!, no sabe como nos alegra escuchar que alguien le pone el pare a Cassani profesora”, agregó mostrándose entusiasmada Jenny.

Me explicaron luego que en seguida salieron porque parecía que los colmillos empezaban a aparecérsele en la sonrisa a la tarántula. Conversar con ella le hacía, al común denominador de las personas, erizar la piel. En mi no causaba ese efecto sino al contrario yo debía enfrentarla si es que quería pasar su curso. Pero debía hacerlo de una manera inteligente. En base a la información que me habían dado mis espías encubiertas tenía que elaborar un plan. La pregunta era ahora: ¿Cómo pensaba cobrarme, la tarántula, la buena nota en su curso? Porque si de seguro hay algo que me había quedado claro de lo que había dicho a Myriam y Jenny era que pensaba obtener un beneficio por pasarme. Pero, ¿qué necesitaría la tarántula de mí?

lunes, 6 de octubre de 2008

Entrega 4

 

 

Después de sacar algunas cosas de mi casillero me fui hacia el gimnasio en donde tendría mi práctica de basketball. La sensación de triunfo desbordaba por mi rostro. Una sonrisa inconmensurable iluminaba aún más mis labios. Pero había algo, dicho por Marieta Marlon, que había calado en lo más hondo de mi ser: el hecho de no tener un amor o un amigo verdadero era muy real. Si bien es cierto, la persona en la que más podía confiar era Carlos, no lograba confiar completamente en él. Lo cual me perturbaba en ciertas ocasiones. Esto, lo compensaba con el hecho que había elaborado un mundo tal, en el que nadie podía traicionarme y aquél que se atreviese podía acabar mal debido al peso de mi venganza. Después de pensar en esto y atenuar mis perturbaciones solía sentirme mejor.

Así fue como alivié mis pensamientos esa mañana. Estaba vestido con mi uniforme de entrenamiento. El chaleco color rojo iba por encima confirmándome, como siempre, dentro del equipo titular. Era dos años menor que la mayoría, pero al llegar al segundo año, decidí que debía aumentar mi notoriedad hacia las chicas mayores. Gozaba, ya, de mucha fama entre primer y segundo año de todas las carreras de la universidad, pero me hacía falta extenderla hacia el resto de la universidad. No había mejor manera de hacerlo que destacando en los deportes. Cuando observé el momento propicio, dentro de un fin de semana deportivo universitario a inicios de ciclo, sorprendí a propios y extraños retando a la figura del equipo de la universidad a un duelo uno a uno frente a todos.

Esa figura no era nadie más que Carlos Martínez, mi futuro amigo, un deportista prodigio de mi edad que había paseado su arte ‘basketbolero’ por muchas canchas escolares y universitarias. Era un verdadero jugador de basketball y deportista por encima de todo. Iba a ser un reto difícil, muy difícil. Sin embargo, nunca me amilané. Es más, eso me subió los niveles de adrenalina. El hecho de ser más difícil el reto, haría mejor mi logro.

Carlos siempre fue un tipo muy confiado en sí mismo al momento de mostrar su arte deportivo. Pero en la vida cotidiana era un tipo normal con miedos como todos. Además era un tipo totalmente confiable y leal. Al contrario, mi personalidad, más serena para resolver embrollos y sin temores visibles, hizo que lográsemos hacer luego un gran dueto. Pero no nos adelantemos, regresemos al reto de esa época, que dicho sea de paso, fue jocosamente aceptado por él. Claro, quien iba a imaginar que un desconocido para los mayores de la universidad iba a retar a “Carlos Martínez”. Creo que nadie lo esperó nunca y eso yo lo sabía. Siempre intentaba estar un paso delante de los hechos.

Él estaba vestido con un pantalón jean, una camiseta dentro de él, y unos zapatos como los que suelen usar los ‘basketbolistas’, que por muy deportivos que fuesen no llegaban a ser unas zapatillas para jugar. Así que, Carlos, llevaba ya cierta desventaja desde un inicio; y yo, lo tenía bien claro. Bajé las gradas de donde me encontraba y el despidió a sus compañeros de equipo y aficionados al basketball de la cancha. Me largó el balón para que yo comience el juego. Me daba ventaja, me subestimaba. Lancé el balón directo al aro y sin tocar el tablero entró. Los primeros aplausos comenzaron a sentirse desde la tribuna por parte de mis pocos allegados concurrentes, el público más adulto se mantenía más cauto, en silencio.

- “Uno a cero a favor del desconocido”, marcó Bryan Riofrío, otro jugador de la selección y estudiante de cuarto año, que se auto-designó como el juez del lance y comentador del mismo.

A Carlos, esto, no le pareció gracioso. Me entregó el balón nuevamente, pero, preocupándose esta vez de no dejarme lanzar tan libre. Aún así, su marcación no era la que yo había presenciado en partidos de la selección donde lo había visto jugar. Siempre mirándolo a los ojos y con el balón en mi poder sugerí:

-         “A cinco”.

-         “Perfecto”. Respondió él.

            Las palabras estaban de más, Carlos en el fondo sabía que no era cualquier rival. No había escuchado hablar de mí por andar siempre en con la gente de años mayores, pero podía presentir que si lo retaba era porque tenía habilidades que no eran de dominio público. Continué mirándolo a los ojos hasta lograr impacientarlo, craso error de Carlos, estaba mezclando los sentimientos de impaciencia con su juego. Estaba perdiendo la tranquilidad. Nunca se deben quitar los ojos del balón. Así que solté el balón por su lado derecho y amagué un movimiento hacia ese lado, mas, me moví hacia el otro. Pasé a su lado y aún mirándome a los ojos los cerró con expresión de saber que le había hecho. Mientras, yo, alcancé el balón que había soltado y cómodamente anoté mi segundo punto mientras Bryan Riofrío gritaba:

-         “¡Dos a cero a favor del desconocido!”, y susurrándome. “Por cierto, ¿cómo te llamas?”

-         “Jhon Cassani”, respondí sonriente mientras el público a mi favor comenzaba a aumentar y los que antes eran contrarios a mí, ahora estaban sorprendidos.

Mientras, Carlos, recogía el balón, sonreía.

-         “Parece que te subestimé demasiado amigo”, me dijo.

-         “¿Por qué no lo harías?”, le respondí sarcásticamente.

-         “¿Cuál es tu secreto?, ¿de dónde vienes?”, insistió sin dejar de sonreír y mirarme a los ojos.

            Me entregó el balón nuevamente. Ahora si lo vi más decidido. Sabía que a partir de ahora sería más difícil, pero no imposible. Carlos había colocado todos sus sentidos en el juego por fin. Presentía que lo había engañado, pero eso no importaba mucho ahora. Yo iba dos a cero arriba. Llevaba ventaja.

            Decidí hacer una nueva jugada para engañarlo, pero sacó una mano de donde no la vi y logró robarme el balón. Se escurrió por debajo de mí, luego se elevó y dejando el balón en bandeja sobre el aro bajó del aire sólo para celebrar su primer punto mientras Bryan comentaba:

-         “¡Dos a uno a favor de la estrella Carlos Martínez y acorta distancia!, las cosas se ponen interesantes.

Ese punto había sido duro sin duda. No había esperado recibir un punto en contra ahora. No era el momento. Sin embargo ya se encontraba reducida mi ventaja a un punto a mi favor. Fui a recoger el balón y se lo entregué a Carlos. Me puse en posición de alerta hacia lo que pudiese realizar. Carlos me vio con el cuerpo muy agachado. Así que lo que hizo fue correr de frente hacia mí. Lo hizo sin titubear y cuando estaba llegando a mí, se elevó en el aire. Yo me levanté y salté intentando bloquear su movimiento, pero él ya estaba medio cuerpo encima de mí colgándose del aro para anotar su segundo punto.

-         “¡Dos a dos y la estrella empata!”, sentenció Bryan. “No hay nada perdido aún”.

-         “¡Hey es falta ofensiva!” reclamé enfadado. “¿Acaso no lo viste?”

-         “No, no lo es”, afirmó satisfecho con su juicio. “Te moviste por lo tanto no hay falta en ofensiva”.

-         “Pues bien, entonces tampoco hay nada ganado”. Culminé recriminándole al árbitro pero mirando a Carlos.

-         “Hey, no te enojes conmigo amigo, yo sólo anoté”, me señaló guiñándome un ojo con burla.

Ahora si las cosas estaban parejas, y yo era el impaciente esta vez, él lo sabía e intentaba jugar conmigo.

-         “¿Qué pasa Jhon?, ¿ya no te sientes tan seguro ahora que estoy alerta a tu juego?

-         “Sólo juega”, afirmé pasándole el balón molesto conmigo mismo.

En las tribunas las cosas estaban nuevamente a favor de Carlos. A mí sólo me alentaban los de los menores años de la universidad. Mis compañeros de clase y fanáticos. Carlos era la estrella del equipo de la universidad y era lógico verlo apoyado por la mayoría. En la cancha el duelo se había vuelto de vida o muerte. Muy luchado en cada gota de sudor que desprendíamos.

Carlos quiso volver a hacerme la misma jugada. Partió corriendo hacia mí igual que antes. Al suponer lo que hacía levanté al cuerpo para que si me tocaba esta vez fuese falta. Cuando estaba a punto de llegar puse mis brazos en forma de equis sobre mi pecho y me quede inmóvil de pie. Mi ofuscación no podía ver lo que quería hacer Carlos. Cuando supuse que saltaría hacia adelante golpeándome, saltó, pero hacia atrás. Lanzó el balón de larga distancia e ingresó. Cuando Carlos tocó el piso nuevamente lo vi sonreír despreciativamente. Parecían largos segundos, la ira recorría por dentro de mis venas y más al escuchar a Bryan Riofrío gritar eufóricamente:

-         “¡Tres a dos a favor de Carlos, la estrella!”, exigiendo con los brazos aplausos del respetable.

Las tribunas estallaban en júbilo. Mientras, a Carlos, le secaban el sudor con las toallas sus compañeros de selección. Carlos se sentía en la gloria como al principio del partido.

Como dije antes, una de las cosas que me destacaba, era mi serenidad para resolver problemas. Así que eso fue lo que hice. Me serené. Pensé que si había podido ponerme dos puntos antes podía hacerlo ahora nuevamente.

Levanté el balón una vez más. Sin duda, Carlos, era muy buen jugador. Pero siempre dije que en una competencia el cincuenta por ciento de una victoria se debe a las cualidades del jugador y el otro cincuenta, se debe a las mañas que apliques en tu juego.

Recogí el balón esta vez más sereno y lo mantuve entre mis manos.

-         “Si la haces de tres te concedo dos puntos y ganas”, le dije aumentado la presión sobre él.

-         “¿Y crees que no podré hacerlo?”, reía. “¿Acaso no me has visto jugar antes?”

-         “Te he visto, por eso te digo que lo hagas”.

Entonces le entregué el balón. El me miró sin entender y cuando estaba en el aire a punto de lanzar, un brusco movimiento mío debajo del aro, distrajo su atención haciendo que falle el tiro. Yo que estaba atento a la jugada agarré el rebote y la introduje fácilmente ante la ausencia de marca. Había recuperado el balón. La desazón de Carlos era enorme.

-         “¡Tres iguales nuevamente y todo vuelve a empezar!”, señaló Bryan. “¡Qué partido señores!”.

No hubieron palabras cruzadas entre Carlos y yo. A esta altura del reto cada letra que saliese de nuestras bocas se tornaba en aliento desperdiciado. Carlos bajó a recoger el balón y me lo lanzó con furia. Lo tomé, sabía que este punto sería decisivo para cualquiera. Ingresé lentamente dándole botes largos al balón. Carlos estudiaba que nueva jugada podía realizar. Iba retrocediendo a la vez que yo avanzaba con el balón dándole piques. Carlos se mostraba ansioso por saber que haría y cuando se dio cuenta ya era muy tarde. Cuando quiso acercarse a marcarme ya había lanzado cómodamente y me ponía adelante nuevamente. Había usado el mismo truco que él realizo en su último punto sólo que con menos revoluciones.

-         “¡Cuatro a tres a favor de Cassani!, ¡qué partido señores cualquiera puede ganar!”, alzaba la voz, Bryan, para dejarse escuchar por encima de los gritos de aliento que salían desde las tribunas para uno y otro lado.

-         “Yo voy a ganar”, afirmé mirando a los ojos a Carlos cuando recibí el balón.

Al tomar el balón sabía que esta vez los trucos no valdrían para nada. El siguiente punto debía conseguirse en base a astucia. Carlos estaba ahora muy atento como cuando, yo, llevaba ventaja de dos a cero arriba. De seguro, Carlos, no iba a dejar que lo volviese a engañar y muchos menos estando a un punto de llevarme el partido. Era hora de sacar la carta bajo la manga. Hasta ahora no había usado mi habilidad ‘basketbolera’ y no porque no la tuviese sino porque la guardaba para cuando la necesitara. Bien, ahora, era el momento de mostrar porque había sido descubierto como un niño prodigio del básquet en el colegio. Debo de confesar que si no continué con mi carrera deportiva, como sí lo había hecho Carlos, fue porque mis predilecciones eran distintas al deporte. Si ahora intentaba destacar deportivamente, era sólo, para aumentar el dominio de aquellas predilecciones: la vida buena y fácil. La disciplina deportiva no iba conmigo.

Le di un par de botes al balón. Avancé dos pasos como tomando vuelo para avanzar e inicié mi carrera hacia mi oponente. Cuando vino a marcarme me moví hacia la izquierda pero me salió a la marca por el mismo lado. Le di la espalda y al amagar hacia el mismo lado giré hacia el derecho encontrándome nuevamente con su marcación. Entonces solté balón de espaldas hacia arriba dirigido al tablero, Carlos alzó la cabeza para ver el destino del balón y aprovechando esto me escabullí por su lado izquierdo hacia abajo del aro. Salté para agarrar el rebote y dando una vuelta en el aire para acomodarme frente al tablero clavé el balón quedando colgado del aro.

El silencio se hizo presa del coliseo hasta que Bryan Riofrío reaccionó y decretó mi victoria:

-         “¡Cinco a tres a favor de Jhon Cassani y es el ganador!”

Entonces la multitud estalló. Al parecer el rumor de que había un retador para Carlos Martínez había crecido mientras jugábamos porque el coliseo lo notaba más lleno de cuando empezamos a jugar. Mi oponente había quedado parado en la cancha con las manos a la cintura como lamentando su derrota. Yo me acerqué donde mis compañeros en la tribuna mientras un barullo empezaba a salir de la misma.

-         “¡Cassani selección, Cassani selección!”, repetía la multitud haciéndose cada vez más sonoro.

Sólo respondí a los gritos con una venia hacia el público. Esperaba que sucediese algo así pero había que mantenerse humilde para alcanzar el objetivo de integrar la selección universitaria. Entonces, vi como Carlos Marínez, la estrella, y Bryan Riofrío se acercaban a mí. Junto a ellos se acercaba Richard Carlín, un moreno de dos metros dos de quinto año, capitán de la selección universitaria. En las manos de Carlín veía una camiseta de la selección. Cuando se pararon a mi lado Carlín me habló, todo el coliseo se había quedado en silencio nuevamente:

-         “¿Quieres ser parte de la selección?”, me preguntó Carlín inicialmente.

-         “Por supuesto”, dije yo.

-         “Entonces te la has ganado”, y me ofreció la camiseta.

Al tomarla en mis manos la desenvolví vislumbrado el número cuarenta y cinco en la espalda. Estreché la mano del capitán, la de Carlos que con ese gesto reconocía mi victoria, y la de Bryan que sonreía como si estuviese feliz de tenerme de su lado en el equipo y en competencias futuras. Había logrado obtener lo que había ido a pugnar. Levanté la camiseta mostrando el número en la espalda y algunas chicas se acercaron a mí a felicitarme por el episodio.

Bien, así es como había logrado llegar al equipo. Después de pocos días logré entrar a alternar en el equipo. Me gané, con mi característica simpatía, la confianza del entrenador. En poco tiempo me convertí en uno de sus favoritos y con mis jugadas lujosas y eficientes en los partidos me gané el titularato. Heme aquí ahora llegando a un nuevo entrenamiento.

-         “Media hora tarde Cassani, ¿de nuevo?”, criticó el entrenador.

-         “Tuve problemas con la maestra entrenador, disculpe. No volverá a pasar”, me disculpé.

Pero la verdad siempre pasaba. Cuando se me antojaba o cuando algo superficial me retrasaba, siempre había una excusa y siempre había una disculpa para con el entrenador. Claro que ello no le agradaba al resto del equipo, el cual, era tratado con rigurosidad por parte del entrenador. Todos a excepción de Carlos y de mí. Aunque, a decir verdad, Carlos llegaba la gran mayoría de veces a tiempo a los entrenamientos. Que puedo hacer. Ya había dicho que nunca fui bueno para la disciplina deportiva.

El entrenamiento transcurría como siempre. Partido de práctica conmigo dentro del equipo titular. Algunas alumnos presenciando como es que sudábamos la gota gorda y otro tanto de chicas que venían a mostrar su fanatismo hacia los jugadores de la selección. Había suficientes para todos, pero sin humildad debo admitir que la mayoría iba verme a mí.

En un momento dado, mientras jugaba en el partido de práctica, llegaron Myriam y Jenny al coliseo de la universidad donde entrenábamos. Al verlas entrar me hice el agotado y pedí mi cambio al entrenador. Ellas se acercaron al sector de la tribuna que limitaba con la banca de suplentes y yo hice lo mismo. Al acercarme a la banca de suplentes asumí mi papel de jugador agotado, dirigiéndome al sector donde se encontraban ambas. Tomé la toalla para secarme el sudor y escondiéndome detrás de ella, les pedí que se vayan que luego, yo mismo, las contactaría de alguna forma. Definitivamente si quería que mi plan tuviese éxito no podía permitir que nos viesen juntos. Ellas entendieron y salieron sin llamar mucho la atención. Al estar allí, aproveché para descansar un poco, porque al menos, agitado me encontraba.

Al levantar la mirada hacia la tribuna al frente mío, vi como los rayos solares, volvían más mágica la figura de una chica que no había visto hasta ese entonces.  Se trataba de Linda Guerra. Una excepcional escultura de mujer cincelada por lo dedos de Miguel Ángel. Un arcángel caído del cielo que había llegado a iluminar ese entrenamiento sin interesarse que el resto de mortales cayeran derretidos a sus pies con tan solo una mirada.

Había llegado al lugar acompañada de una de sus mejores amigas Agustina Girón. Agustina había vivido siempre enamorada de Carlos Martínez, pero él, nunca le había hecho caso por considerarla demasiado frívola. Sus amigos más íntimos la llamaban Agus y, como casi siempre lo hacía, había asistido ese día para ver a mi querido amigo: Carlos.

En seguida, al percatarme de la presencia de la nueva chica mis neuronas comenzaron a trabajar. Pedí mi reingreso al entrenador , que para variar, me hizo caso de manera inmediata. A pesar de la agitación debido al vaivén del partido de práctica hice lo posible por llamar la atención.

El balón estaba en nuestra cancha. Richard Carlín recuperó el mismo en un rebote ocasionando un rápido contragolpe a favor nuestro. Salí corriendo raudamente hacia el lado donde estaba la nueva chica en la tribuna. Richard, al verme sólo cruzando la línea media de la cancha, me lanzó el balón por encima de todos. Cuando el balón venía bajando reduje un poco la velocidad y cuando estaba seguro de que no lo iba a alcanzar, salté con tal impulso, que volé por encima las primeras filas del estrado hasta caer cerca de donde se ubicaba Linda.

La caída fue tan estrepitosa que un gemido mudo recorrió todo el coliseo. Alguna chicas soltaron algún grito de espanto. Yo, por lo pronto, me encontraba en entre las filas dos y tres de aquella tribuna. Agustina y su amiga se acercaron rápidamente a mí por encontrarse más próxima hacia el lugar de los hechos. La primera en llegar preocupada a donde me encontraba fue Linda, de la cual no sabía ni el nombre. Yo estaba con los ojos cerrados y ella me tomó la cabeza por la nuca hablándome:

-         “Hey, ¿estás bien?, ¿estás bien?, ¡Hey!”.

Lentamente, al escuchar la frescura de su voz y sentir sus suaves manos, fui abriendo los ojos y del mismo modo fue apareciendo ante a mí el rostro inigualable de aquella.

-         “¿Dónde estoy?”, pregunté con voz desorientada.

-         “¿Estás bien?”, me repreguntó ella.

-         “No sé. ¿Dónde estoy?”.

-         “En el coliseo de básquet, soy estudiante de medicina. Puedes confiar en mí”, respondió velozmente tratando de averiguar que me pasaba.

-         “De seguro, yo siempre confío en mi ángel de la guarda”, clavé la frase con la misma seguridad con la que clavaba un balón en la canasta.

Ella sonrió con suspicacia dándose cuesta de que todo se trataba de una treta mía. Simplemente, se levantó, soltándome de golpe haciendo que me reviente la cabeza contra el suelo diciéndome:

-         “No sueñes despierto que te puedes caer de tu nube, mortal”.

Era increíble hasta en su manera de responder.

Me levanté del piso con el dolor de cabeza que significó el golpe que me había dado anteriormente. Vi como se dio la vuelta y partió rumbo a su amiga. Despidiéndose de las otras chicas que también las acompañaban y saliendo, con Agustina, del coliseo. En seguida se acercaron mis compañeros, el médico y algunos otros curiosos que estaban un poco más lejos del lugar del accidente. El doctor me tomó de la cabeza y me comenzó a realizar una serie de preguntas para saber si me encontraba con el dominio completo de todas mis facultades. Sonreía al sobarme la cabeza mientras respondía a todas las preguntas del doctor. Mi voz se encontraba allí pero mi espíritu había partido con ella. El resto del entrenamiento lo pasé en la banca, sentado, por consejo del médico. Yo lo tomé como un descanso merecido. Mientras tanto usaba ese tiempo para pensar en aquella futura doctora que me había dejado tirado en el piso

En las duchas observé como ese equipo estaba tan unido. Sentí en ese momento al no ser el centro de ese atención que quizá no pertenecía allí. Pero al volver en mí mismo de ese estado emocional deprimente me dije que no podía estar pensando en eso. Me había auto-excluido de ese día de duchas. Era la estrella del equipo, sólo estaban descansando de mí.

sábado, 4 de octubre de 2008

Entrega 3

 

 

Marieta Marlon era una mujer casi llegando a los 40 años. Divorciada dos veces y con una larga fila de amantes esperando siempre por ella al salir de clases. Le llamábamos la tarántula, porque según la leyenda urbana que circulaba alrededor de ella, se decía que luego de tener sexo con ellos los mataba. Eso debido a que nunca se le veía salir dos veces con la misma pareja. Siempre que aparecía alguien nuevo, desaparecía luego como por arte de magia.

Pues bien, esta mujer, me tenía entre ceja y ceja. Y podría asegurar de que no era invención mía, ya que siempre me lo hacía notar en clase. No sé si por envidia o simple antipatía por la fama que gozaba en la universidad, yo, era el único que se encontraba con peligro de reprobar su curso. Ni siquiera, Oscar Cardozo, un muchacho nacido en Asunción que había venido de muy chico a vivir a la ciudad y que era uno de los más faltos de materia gris de la promoción, corría el más mínimo peligro de reprobar. A mí, sin embargo, no perdía la oportunidad de hacerme quedar mal delante de mis compañeros de clase. Lo cual, por supuesto, no me afectaba. Pues a mis compañeros de clase sólo podía sorprenderlos al ver que una maestra me tratase de esa forma. Sólo existía algo seguro, si lograba vencer a ‘la Tarántula’, me convertiría en leyenda.

Debía averiguar porque la profesora Marlon se había ensañado conmigo y que tenía que hacer para pasar su curso. Así que planeé algo. Esperaría un siguiente desplante de su parte para comenzar a ejecutar mi plan. No tardó mucho en desprestigiarme y yo la ayudé un poco a decir verdad. La contradije en clase ante la atónita mirada de la mayoría y la complicidad de unos pocos. Dicen que los mejores planes son los que se comparten con unos pocos. Pues bien, eso hice.

Junto con mi mejor amigo Carlos y dos de mis más fieles chicas: Myriam y Jenny, logramos poner en marcha un plan que no tenía pierde. Ambas tenían fama de ser muchachas bastante aplicadas y siempre se les veía alejadas de mí en la universidad. Ellas me decían que no se consideraban ‘unos simple corderitos’ como las otras chicas que me seguían, sino que mas bien, lo único que querían era disfrutar de mí a solas en la intimidad. Utilizarme sexualmente en pocas palabras. Creo que las incluiría dentro del tipo de chicas modernas y liberadas sexualmente.

El plan venía de la siguiente manera: ellas, al verme supuestamente derrotado en clase, se pondrían de lado de la profesora Marlon y se ganarían su confianza. Le sacarían la razón por la que quería traerme abajo y me lo transmitirían cerrándose la primera parte del plan. La función de Carlos sería intentar lo opuesto a esa razón dada por la ‘tarántula’ y luego yo iría en su defensa con el objetivo de que, Marieta Marlon, me deba un favor. Debo añadir que las cosas no salieron como las planeamos, fue difícil lograr el objetivo final, pero en ese entonces éramos jóvenes y si poníamos empeño hubiésemos podido conquistar el mundo.

Ese día, en clase, Marieta estaba hablando y dando todo un discurso sobre “las expresiones humanas como arte” y aunque ella se veía muy orgullosa de lo que decía, a mi, me parecía sacado del Encarta: “No existe, realmente, el Arte. Tan sólo hay artistas. Estos eran en otros tiempos hombres que tomaban arcilla rojiza y dibujaban toscamente las formas de un bisonte sobre las paredes de una cueva; hoy, compran sus colores y trazan carteles para las estaciones del metro. Entre unos y otros han hecho muchas cosas los artistas. No hay ningún mal en llamar arte a todas estas actividades, mientras tengamos en cuenta que tal palabra puede significar muchas cosas distintas, en épocas y lugares diversos, y mientras advirtamos que el Arte, escrita la palabra con A mayúscula, no existe, pues el Arte con A mayúscula tiene por esencia que ser un fantasma y un ídolo. Puedes abrumar a un artista diciéndole que lo que acaba de realizar acaso sea muy bueno a su manera, sólo que no es Arte.”

Vi, entonces, una oportunidad que no puedo dejar pasar. Inmediatamente para poner en marcha nuestro plan interrumpí a la maestra Marlon para preguntar:

-         “¿Eso quiere decir que todo lo que hace cualquier ‘pastrulito de plaza’ es arte? No creo que eso sea correcto.”

-         “Así es señor Cassani. Aunque el término, ‘pastrulito’, como usted se refiere haciendo alusión de seguro a los artistas ambulantes, no lo comparto.”

Podía apreciar que el fuego salía de los ojos de Marieta Marlon. Había ofendido a estos ‘artistas’, aunque a decir verdad, fuera del plan, mi pensamiento real era el que había expresado. No podía llamarse artistas a unos tipos que realizaban cualquier porquería después de inspirarse con un poco de marihuana. Aunque, claro, estoy seguro que lo que más le ofuscó a la maestra Marlon fue que contradijera lo que estaba enseñando.

-         “Mire Jhon”, agregó la profesora. El hecho que ellos no se vistan o piensen como usted no significa que sus expresiones no sean válidas como arte. Es más me atrevería a señalar que son el más puro reflejo de la cultura que viven en su entorno. Y eso lo manifiestan a través de su arte.”

-         “¿Eso quiere decir que mis padres son artistas entonces?, agregué tan seriamente.

En ese momento, por primera vez en todo el semestre logré que la maestra Marlon me prestase verdadera atención. Había logrado captar su interés con esta intervención. Pero lo que yo quería no era captar su interés, sino mas bien, despertar su ira.

-         “¿Por qué dice usted eso?, señor Cassani”, añadió con mucho interés la profesora.

-         “Porque muchas de las chicas de la universidad, al verme sin ropa, afirman siempre que soy una obra de arte.”

Al decir esto, una carcajada colectiva se apoderó del aula haciendo que la maestra Marlon se sintiese herida en su orgullo por haberme prestado atención.

-         “Pensé que por primera vez podía decir algo conciente y maduro señor Cassani, pero por lo que veo eso es como pedirle peras al olmo.” Lo decía con ira en los ojos y continuó: “Esto sólo demuestra que usted es un niño mimado que no pierde oportunidad por hacerse notar.”

Las cosas se empezaron a poner caldeadas, tal como yo quería por cierto. Todos se quedaron en silencio y las miradas de mis compañeros iban de un lado para el otro como en un partido de tenis. Era la mirada irritada de Marieta Marlon contra la mía, serena y displicente. Pero ‘la tarántula’ no había terminado de lanzar su veneno:

-         “Tenga cuidado señor Cassani, porque los demás pueden notar su carencia…”

-         “¿Mi qué?”, interrumpí con una sorpresa soltando una amplia sonrisa en mi rostro.

-         “Su carencia, mi estimado Jhon, esa falta de cariño y verdaderos amigos no es ajena para mí. O me va a decir que ¿sus ganas de vanagloriarse de sus vanos logros no son para cubrir alguna insuficiencia?”, despotricó con cierto sabor de revancha cobrada.

Las risitas de Myriam y Jenny se hicieron notar por encima del silencio sepulcral que dominaba el aula. Algunas chicas las criticaban con la mirada por apoyar lo que decía la profesora. Pero a ellas no les importaba, les gustaba llevar la contra a todos. No les importaba el rechazo del resto. El dinero de sus padres respaldaban esa actitud. Ellas eran lo justo que necesitaba para llevar a cabo mi plan y lo estaban cumpliendo a cabalidad.

-         “Pues no es así, profesora”, respondí con agudeza. “Yo no soy quien no puede permanecer saliendo con una pareja más de dos veces seguidas.”

-         “Y eso ¿por qué lo dice?”, manifestó manteniendo las formas pero conciente de que no tenía a cualquier rival frente a ella.

-         “Sólo por decirlo profesora. Aquí en la universidad conocemos algunos bichos de ocho patas a los cuales les pasa eso.”

Ahora sí, las risas invadieron el aula por mi atrevimiento. Ella no podía seguir adelante porque sabía que si respondía a eso estaría reconociendo dos cosas: que sabía lo que se hablaba de sus relaciones furtivas y que le decían la tarántula. En ese momento el timbre del descanso sonó y todos comenzaron a salir del aula. La profesora Marlon comenzó a arreglar sus cosas mientras todos salían. Al salir pasé más cerca que nunca del escritorio de la maestra como para provocarla a que me diga algo que me ayudase a continuar con el plan. No liberó nada que me ayudase, sino al contrario, me aseguró que tendría que estudiar mucho para pasar su curso y que al final del semestre me iba ver suplicando por su ayuda. Yo, como siempre, tranquilo y seguro de mí mismo opté por responderle que no se preocupara, que la verdad saldría a la luz al final del ciclo. Dicho esto salí del aula viendo como Myriam y Jenny se quedaban a solas con la profesora para poner en marcha la segunda parte del plan. Al mirarlas les guiñe el ojo y ellas me voltearon la cara y se quedaron comentando algo entre dientes. No logré escucharlas con claridad pero me pareció que hablaban porquerías de mí.

 

viernes, 3 de octubre de 2008

Entrega 2

Tenía 22 años y he de decir que conocía más sobre las mujeres que sobre la vida misma. Confieso que mis rasgos atractivos y mi elocuencia eran factores importantes al momento de conquistar a las chicas. Todo ello, era usado según mis propias conveniencias. Incluso, habían momentos donde no me daba abasto para tanta cita. Debía cancelar algunas de ellas o dejar plantada a una que otra advenediza que no satisfacía mis expectativas. Aún con todo, siempre había candidatas detrás mío.

En ese entonces pensaba que todo iba muy bien. Me sentía en la gloria. Creía que el mundo giraba alrededor mío. Jugaba con los sentimientos de las chicas como jugaba manipulando a las personas. Eran un ganador de película norteamericana. Para mí, los galanes de Hollywood, no eran un cliché, porque yo lo vivía sus vidas en el día a día. Todos los jóvenes de la época querían ser como Jhon Cassani. Y ese, soy yo.

Cursaba la carrera de publicidad en una universidad en donde a las personas se les catalogaba según los rasgos físicos, o de última, según el diseñador de la ropa que llevaban encima. Así de fría era mi vida universitaria. No siempre entraba a clase. La mayoría de veces, alguna chica del promedio, de las tantas que luchaban incansablemente por conquistarme, me hacía los trabajos y los entregaba en clase en mi nombre. Tanto así que en ocasiones, debía hacerme presente forzosamente para decidir quien entregaría mi trabajo y que de ese modo los profesores no sospechasen.

En las exposiciones la tenía más fácil, un poco de palabras difíciles sin sentido y una de mis mejores sonrisas hacían que profesores o profesoras colocaran en su registro notas sobresalientes. Una carrera estudiantil de cinco años casi siempre con destacados.

Recuerdo que sólo en una ocasión casi repruebo una materia. Una profesora me lo puso difícil aquella vez. Había intentado de todo, la sonrisa de ángel, la elocuencia innata, pero nada. Marieta Marlon se llamaba. Profesora de tercer año que dictaba el curso de Historia del arte.

jueves, 2 de octubre de 2008

Entrega 1

La tarde estaba soleada como el clásico día de comienzos de verano. En el aire se respiraba la suave brisa marina que suele refrescar incluso al sol por éstas épocas. En la playa disfrutaban alegres los veraneantes. Con sus sillas playeras se deleitaban con los rayos solares. Otros jugaban con las pelotas y uno que otro jugueteaba con sus mascotas.

Allí estaba yo, sentado en el extremo del muelle que entra en el mar. Por esas épocas leía un libro que estaba de moda. Ahora ni siquiera recuerdo el nombre de aquél joven e intrépido aprendiz de mago que tanto furor causó.

Suelen decir que las modas suelen pasar de largo y las cosas que valen la pena se quedan para marcar nuestras vidas. Aunque no estoy seguro de eso. Pues el mago, aquél del libro, pasó de largo y yo, que en ese entonces, fui considerado una moda, me quedé. Pero no les adelanto más y si me permiten ingresar en su vida, les contaré como sucedió todo.